El Pozo del Fraile
Entre los cruceños de hoy en día, nada amigos de la tradición y de las cosas viejas de su pueblo, no deben de ser muchos los que conocen o han oído hablar de «El Pozo del Fraile». Va para ellos la indicación que sigue.
Ciento y tantos años hace que se dio este nombre a una hoya o depresión artificial de hasta cincuenta varas de contorno, por una y media o dos de profundidad, que cuando el agua llovediza se llenaba, venía a ser un pozo de los más grandes en aquellos cantos de la ciudad. Todavía existen los vestigios, y si alguien quiere verlos, no tiene más que ir hasta la primera cuadra de la calle Campero, entre Sucre y Bolívar, y entrar por el canchón del moderno edificio de la Asociación de Exprisioneros de Guerra.
Vamos ahora al cuento del pozo.
La construcción del templo y convento de San Francisco fue obra emprendida y realizada en la sexta década del siglo pasado. Para levantar los muros de la vasta y espaciosa construcción fue menester, previamente, fabricar varias decenas de miles de adobes. Un lego de la comunidad franciscana, experto en albañilería, halló la tierra más apropiada para ello, a corta distancia de donde se iba a edificar, precisamente en el lugar, entonces baldío, que en líneas atrás se ha señalado.
Instalada allí la adobería, bajo la dirección del lego, se procedió a preparar el barro, cavando y cavando recio. Pero como los adobes eran tantos, el sitio de la excavación se agrandó hasta adquirir considerables dimensiones. Había terminado apenas la obra preliminar, cuando el hermano lego murió de aquello que nuestros abuelos decían «muerte repentina». La hoya quedó abierta, y cuando se llenó de agua, en tiempo de lluvias, quedó transformada en pozo.
Paraje sin dueño, tan próximo y con agua abundante por merced del pozo, no podía menos de despertar la ambición de apropiárselo. Un primer pretendiente entró sin más ni más, plantó estacas para comienzo de cerco y se puso a edificar. Estaba en ello cuando cierta noche vio que por la orilla del pozo discurría un fraile con la capucha alzada de tal modo que le cubría la cara. A empezar de aquella noche la figura del fraile no dejó de mostrarse allí, siempre encapuchado y murmurando extrañas palabras en voz baja y gangosa. El loteador… perdón, quise decir el aspirante a propietario del fundo, fue presa del miedo y decidió marcharse, abandonándolo todo. No era para menos.
Con un segundo y tercer pretendiente ocurrió igual. El fraile aparecía junto al pozo tan pronto había conatos de ocupar el fundo, y no era más. No faltó, a la larga, un valentón resuelto a sobreponerse. Este, acompañado de un amigo, no sólo esperó a pie firme la aparición, sino que fue hacia ella, no bien asomó de entre la oscuridad. La valentía del sujeto tuvo su merecido. El fraile levantó un poco la capucha que le cubría la cara… ¡Pero «aquello» no era cara, sino una monda y horrible calavera!.
Demás está decir que el metido a valiente y su amigo echaron a correr a todo lo que dieron sus piernas. Si la vida se les hubiera alargado, hasta ahora mismo seguirían corriendo.
De esas hechas nadie más osó aspirar a la ocupación de los terrenos contiguos al «pozo del fraile». Se llegó a la convicción de que éste no podía ser sino el lego de los adobes, o mejor dicho su alma, que estaba penando, seguramente, por algo que debió dejar pendiente al pasar a la otra vida.
La veda hubo de prolongarse hasta que en los años cincuenta de este presente siglo, los guerreros del Chaco, que tuvieron la mala suerte de ser capturados por el enemigo, adquirieron la parte de aquel amplio solar que da a la calle. Sin sufrir por cierto ningún menoscabo, construyeron allí su edificio propio. Pero al querer ocuparlo todo, como era de esperar, surgió el inconveniente, que no era de esperar… Aparecieron dueños que antes no había, y allí se armó la gresca, tan larga como enojosa. Terció en ella la misma entidad matriz de los guerreros de la patria, la «Fedexchaco», y la cosa se complico más. Hasta hoy sigue la disputa, y sin miras de liquidarse.
Ni volvió, ni ha vuelto a aparecer el fraile. Sin embargo, y por lo que se advierte, su invisible presencia sigue pesando en la posesión de los terrenos contiguos a «su» pozo.
Bibliografía
Tradiciones, Leyendas y Casos de Santa Cruz de la Sierra.
Hernando Sanabria Fernández.
Grupo Editorial La Hoguera.
Décima Quinta Edición – 2008.